viernes, 2 de noviembre de 2012

Temblor en junio

Florencia Mendoza







Se levantó temprano esa mañana, el sol apenas se asomaba entre las nubes pesadas y oscuras. Había un leve olor amargo en el aire y el viento frío golpeaba brusco en las persianas de su cuarto. Caminó y se vistió, lo hizo todo con lentitud y delicadeza, con la misma delicadeza con la que las leonas asean a sus crías. Hacía tiempo que creía en eso, que pensaba en eso, que luchaba por eso.


Caminó despacio, la concentración sería en aquella estación que luego llamaría a uno de sus compañeros “El Santo del Andén”. El día estaba gris, tan gris como las calles de las ciudades tristes y con pocas esperanzas; tan gris como se ponen los sueños cuando se abandonan, como se manchan los deseos desterrados, como se esculpe la piel luego de un desencuentro de amor. El Puente, de a poco, comenzaba a poblarse; los carteles colorados, los pañuelos y las gentes entumecían el aire y aceleraban el corazón. Un grito piquetero retumbó en la Estación y con él aparecieron los reclamos y las fracturas. El escenario se cubría de disgusto y acusación.


Olía a pólvora y a goma quemada. La mañana se había vuelto oscura con el correr de las horas y con ella también cambió el sabor del aire. Las gentes, exaltadas y molestas, cuidadosas y resonantes, llegaban de casi todos lados y ocupaban, sin temores, un lugar en aquella escena. Él estaba ahí, agrio y observador, fuerte y desconsolado. De a poco el escenario comenzó a cambiar. Los gritos desesperados se perdían en los estruendos de las balas, los carteles caían al suelo y se llevaban con ellos a varias personas que encontraban en la planicie un refugio ante la línea de combate.


A lo lejos los vio. Eran jóvenes y tenían el mismo color rojo que él en el alma. Uno de ellos, el más chico tal vez, corrió ante la ofensiva de un hombre de azul, solo llevaba el corazón cargado. Los estruendos retumbaron incluso en el centro de la tierra. Unos instantes después, ambos terminaron desplomados en el suelo mugriento de aquella Estación con memoria. La desesperación opacó a las gentes y el desastre colmó el aire de violencia y terror. Eran sus compañeros aquellos que estaban ahí, tirados entre las balas, sumergidos en un sueño eterno que no habían buscado; eran los que habían luchado, los que habían pedido, los que habían representado con el fervor de sus almas a la bandera piquetera que colgaba a lo lejos.


Caminó. Sus piernas temblaban de dolor y desesperación; temblaban igual que tiemblan las almas ante los desconciertos de la muerte, igual que tiemblan las hojas ante la dureza del viento, igual que las aguas de los mares eternos frente a las ruidosas tormentas. Sus piernas temblaban por la angustia y el desamparo; sus piernas y su alma temblaban por ellos.

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