lunes, 5 de noviembre de 2012

Miopías

Paula Phielipp




Junio es una canción que habla de piqueteros y nada más. Entonces, ¿Por qué elegirla para pensar algunas cuestiones sobre el arte y la cultura en Latinoamérica? ¿Por qué no invocar a Siqueiros, o analizar alguna de las tantas novelas prestigiosas del boom latinoamericano? La razón es simple: resulta una instructiva y necesaria provocación frente al impulso de poner un punto y aparte luego de la primera afirmación, creyendo que una expresión como ésta poco tiene para aportar; una provocación frente al reflejo de encuadernarla en el archivo de folclore político y sentarnos a esperar que el correr del tiempo le conceda cierto derecho de utilidad como documento de época, como registro testimonial de la historia, ahí cuando ya no duele ni amenaza. 

Nadie escapa a esa mirada miope, por más convencidos que estemos de lo contrario. Algunos porque le niegan el derecho a ser arte, otros porque la miramos con compasión y con simpatía, lo cierto es que reconocerla como expresión ejemplar del arte latinoamericano es como meter a los empujones un elefante en el placard y trabar la puerta del lado de afuera para que no se salga. Y digo bien, un elefante: hecho de folclore político, cumbia social, literatura cartonera, y un sinfín de expresiones culturales que pecan dos veces y de la misma forma: por populares y por realistas (si por realista se entiende la realidad de los de abajo). 

Que los dueños de la civilización le nieguen el derecho a ser arte no debería sorprendernos. También nos niegan, en el mismo gesto, el derecho a ser civilización a todos los que reconocemos la existencia de un mundo simbólico que desborda los libros y las obras de arte, e inunda las paredes, las radios, los kioscos de revistas y los blogs. Miopía antipática si las hay. Lo verdaderamente sorprendente es la miopía simpática. La que defiende la cultura popular, escribe sobre ella, pero no la disfruta como expresión artística. ¿Estaremos condenados a la infamia? Claro que no: las mejores y más genuinas intenciones también tendrán que rendirle cuentas a este modo de vincularse con lo popular. Porque el motivo de semejante miopía es mucho más estructural que la simple voluntad. Descansa en la importancia de dos palabras que histórica y socialmente sirven para decidir qué disfrutamos como arte y qué no: universalidad y autonomía. Es así doble miopía. 

“Junio” nos provoca porque en tanto folclore, horada el concepto de universalidad y en tanto político, sabotea el concepto de autonomía. Y en esa provocación encierra una invitación a pensar cuántos de los tribunales en los que deben defenderse el arte y la cultura latinoamericana no se erigen sobre la exigencia de un arte autónomo y universal. O mejor aún, sobre la exigencia de una autonomía sesgada y una universalidad moldeada a imagen y semejanza de una concepción de clase que se esconde bajo el título de la objetividad. ¿Cuán universales son los conflictos de Julián Sorel, o autónoma la mirada que Rojo y Negro expresa en torno al Bonapartismo? Sin duda, ver como universales las peripecias de un personaje típicamente burgués, no es más universal que la tragedia de un joven piquetero, en lo que ambos tienen de humanidad. Sin embargo, nadie junta firmas para excluir la novela francesa de las “Grandes obras de la literatura universal”. Y está muy bien que eso no ocurra pero no porque sea esa la única literatura digna de reconocimiento artístico, ni porque en su evidencia se tejan los límites que excluyen las expresiones de nuestra cultura popular. 

Habrá que redefinir las categorías para poder pensar, pero sobre todo reconocernos, en expresiones artísticas que escapan a esa concepción de lo autónomo y lo universal. Sin dudas será proponer lo posible más allá de lo probable, en un mundo donde lo probable define sólo lo imposible. 

Hagamos la prueba y volvamos a la primera afirmación: “Junio” es una canción que habla de piqueteros. Es folclore político. ¿Qué ocurre si dejamos de entender el folclore como una tradición embalsamada de productos turísticos, o en el mejor de los casos un lindo recuerdo de la historia social, para empezar a reconocer la expresión de un sistema de valores propio y distintivo, donde lo intensamente actual encuentre su lenguaje y su significación? ¿Y si dejamos de ver en lo político una forma estética degradada, subsumida a la denuncia, para empezar a reconocerlo como la posibilidad de expresar la multiplicidad de lo real sin importar cuál sea el tema o el género que le sirve de sostén? Así lo propone Fandermole en su canción, en su obra de arte, autónoma y universal. Siempre y cuando entendamos por universalidad una multiplicidad de expresiones sin importar la geografía que las haya generado; y como autonomía, la renuncia a esquematizar esa multiplicidad en nombre de cualquier postulado político, aun cuando en esa misma renuncia se esconda el sentido más político y más liberador de toda expresión artística. Tal vez sean esos los sentidos que necesitemos reponer para recuperar una mirada compleja que nos cure de nuestra miopía cultural.

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