lunes, 5 de noviembre de 2012

"Junio", de J. Fandermole


Análisis, crítica y reflexión de “Junio”, de J. Fandermole

Mariana Petriella



Amplio  tema  de estudios, investigaciones, opiniones y debates  ha sido  desde hace tiempo  –y lo es en la actualidad– el problema de definir la identidad cultural latinoamericana, si es que la palabra “identidad” vale para las cuestiones artísticas.
¿Existe una identidad artística y cultural latinoamericana? Y si así fuera ¿está en condiciones de proyectarse al resto del mundo trascendiendo los límites del  “color local” para adentrarse en las aguas más profundas de los conflictos del ser humano universal? ¿Puede algún movimiento artístico encarnar todas las realidades que existen a lo largo y a lo ancho del territorio latinoamericano y ejercer algún tipo de transformación en ellas?
Es indudable que desde el descubrimiento y la conquista de América hasta el primer decenio del S. XXI se vienen sucediendo prolíficas manifestaciones culturales y artísticas que constituyen (en muchos casos) lo que sería una manera de hacer arte y cultura con características y elementos peculiares. Atravesadas todas ellas, desde los inicios, por la mezcla de diversos registros de varias culturas (como la herencia europea, la africana, la autóctona) fusionados y convertidos en una  nueva expresión (a veces realmente sin precedentes en el mundo del arte, por ejemplo, el microrrelato como género literario es un fruto meramente latinoamericano, o el reggae entre los géneros musicales también lo es, etc.).
La intención de  generar un espacio textual  acerca de esta temática tan vasta es la que impulsa la escritura de estos textos, tomando como  objeto  concreto  para el análisis y la reflexión una obra del cantautor argentino Jorge Fandermole (nació en Santa Fe, Argentina en 1956, representante de la llamada trova rosarina, en auge durante la década de los 80).  
Las auténticas producciones culturales y las obras artísticas  generan lo que, en términos de Galeano, se llama cultura de la liberación “¿Qué es la genuina cultura popular sino un complejo sistema de símbolos de identidad que el pueblo genera y crea?“[1].  Dentro de este contexto puede leerse “Junio” de Fandermole, como un aporte a esa cultura de liberación, por lo tanto al arte latinoamericano.



[1] GALEANO, Eduardo: “Diez errores o mentiras frecuentes sobre literatura y cultura en América Latina”,  Revista Nueva Sociedad, N.° 56-57, 1981, pp. 65-78.

Miopías

Paula Phielipp




Junio es una canción que habla de piqueteros y nada más. Entonces, ¿Por qué elegirla para pensar algunas cuestiones sobre el arte y la cultura en Latinoamérica? ¿Por qué no invocar a Siqueiros, o analizar alguna de las tantas novelas prestigiosas del boom latinoamericano? La razón es simple: resulta una instructiva y necesaria provocación frente al impulso de poner un punto y aparte luego de la primera afirmación, creyendo que una expresión como ésta poco tiene para aportar; una provocación frente al reflejo de encuadernarla en el archivo de folclore político y sentarnos a esperar que el correr del tiempo le conceda cierto derecho de utilidad como documento de época, como registro testimonial de la historia, ahí cuando ya no duele ni amenaza. 

Nadie escapa a esa mirada miope, por más convencidos que estemos de lo contrario. Algunos porque le niegan el derecho a ser arte, otros porque la miramos con compasión y con simpatía, lo cierto es que reconocerla como expresión ejemplar del arte latinoamericano es como meter a los empujones un elefante en el placard y trabar la puerta del lado de afuera para que no se salga. Y digo bien, un elefante: hecho de folclore político, cumbia social, literatura cartonera, y un sinfín de expresiones culturales que pecan dos veces y de la misma forma: por populares y por realistas (si por realista se entiende la realidad de los de abajo). 

Que los dueños de la civilización le nieguen el derecho a ser arte no debería sorprendernos. También nos niegan, en el mismo gesto, el derecho a ser civilización a todos los que reconocemos la existencia de un mundo simbólico que desborda los libros y las obras de arte, e inunda las paredes, las radios, los kioscos de revistas y los blogs. Miopía antipática si las hay. Lo verdaderamente sorprendente es la miopía simpática. La que defiende la cultura popular, escribe sobre ella, pero no la disfruta como expresión artística. ¿Estaremos condenados a la infamia? Claro que no: las mejores y más genuinas intenciones también tendrán que rendirle cuentas a este modo de vincularse con lo popular. Porque el motivo de semejante miopía es mucho más estructural que la simple voluntad. Descansa en la importancia de dos palabras que histórica y socialmente sirven para decidir qué disfrutamos como arte y qué no: universalidad y autonomía. Es así doble miopía. 

“Junio” nos provoca porque en tanto folclore, horada el concepto de universalidad y en tanto político, sabotea el concepto de autonomía. Y en esa provocación encierra una invitación a pensar cuántos de los tribunales en los que deben defenderse el arte y la cultura latinoamericana no se erigen sobre la exigencia de un arte autónomo y universal. O mejor aún, sobre la exigencia de una autonomía sesgada y una universalidad moldeada a imagen y semejanza de una concepción de clase que se esconde bajo el título de la objetividad. ¿Cuán universales son los conflictos de Julián Sorel, o autónoma la mirada que Rojo y Negro expresa en torno al Bonapartismo? Sin duda, ver como universales las peripecias de un personaje típicamente burgués, no es más universal que la tragedia de un joven piquetero, en lo que ambos tienen de humanidad. Sin embargo, nadie junta firmas para excluir la novela francesa de las “Grandes obras de la literatura universal”. Y está muy bien que eso no ocurra pero no porque sea esa la única literatura digna de reconocimiento artístico, ni porque en su evidencia se tejan los límites que excluyen las expresiones de nuestra cultura popular. 

Habrá que redefinir las categorías para poder pensar, pero sobre todo reconocernos, en expresiones artísticas que escapan a esa concepción de lo autónomo y lo universal. Sin dudas será proponer lo posible más allá de lo probable, en un mundo donde lo probable define sólo lo imposible. 

Hagamos la prueba y volvamos a la primera afirmación: “Junio” es una canción que habla de piqueteros. Es folclore político. ¿Qué ocurre si dejamos de entender el folclore como una tradición embalsamada de productos turísticos, o en el mejor de los casos un lindo recuerdo de la historia social, para empezar a reconocer la expresión de un sistema de valores propio y distintivo, donde lo intensamente actual encuentre su lenguaje y su significación? ¿Y si dejamos de ver en lo político una forma estética degradada, subsumida a la denuncia, para empezar a reconocerlo como la posibilidad de expresar la multiplicidad de lo real sin importar cuál sea el tema o el género que le sirve de sostén? Así lo propone Fandermole en su canción, en su obra de arte, autónoma y universal. Siempre y cuando entendamos por universalidad una multiplicidad de expresiones sin importar la geografía que las haya generado; y como autonomía, la renuncia a esquematizar esa multiplicidad en nombre de cualquier postulado político, aun cuando en esa misma renuncia se esconda el sentido más político y más liberador de toda expresión artística. Tal vez sean esos los sentidos que necesitemos reponer para recuperar una mirada compleja que nos cure de nuestra miopía cultural.

Kosteki y Santillán

Luis Maggiori





No prohibirán el libro que uno lee

mientras no modifiques el programa.

Ellos son el poder, tejen la trama

y quieren que tu alma carretee.

Pero un día hay que hacer lo que se debe

y entregar el saber a los de abajo

porque no hay otro Amor ni otro Trabajo

que el de llenar la copa a quien no bebe.

Es de valientes -justo es que lo diga-

el tránsito de la palabra al acto.

Kosteki y Santillán han hecho un pacto

y puede que una bala los persiga.

Para el sicario, el cuerpo; ellos: el arte

de habitar la Patria en cada parte.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Poema para dos

Fernando Arizaga




Cien en mí
cien
ciérrenme los ojos
los hombre a mi lado ya saben
que las ventanas se están cerrando
y allá lejos y a lo lejos
las sábanas se secan
parece que crece la hierba en esa terraza


Ciérrenme los ojos
aquí adentro lastima que no hay cielo
existe solo su reflejo
en el vidrio  de esa puerta
allá a lo lejos los pocos árboles despojados
aquí cerca se va formando el silencio
y sombras sospechosas


Pero hay muchos junto a mí,
las hermosas pupilas
de una chica arrodillada a mi alrededor
ya me olvido de vos,
pero hay muchas más
memorias para siempre.

Poema uno


Fernando Arizaga



Más que corazones,
sufriendo junto al hombre.

La mirada del ausente
     latiendo por la tarde,
               desangeladas en la noche.


Lastimosas, indiferentes.

Más que corazones,
se derrama allí quieta la espalda.

Ante el empedrado
    ahora, entre boletos de tren usados
         ahora todo lo comprendo.

El filo de la espada
el tiempo nos sigue nombrando.

Más que corazones, enigmas
en el instante justo
abrazados y latiendo.

Ya olvidé mi voz,
pero siento muchas otras
memorias para siempre.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Los Trovadores


Emmanuel Sticchi.



Revelar la realidad implica denunciarla.
Eduardo Galeano.

Una y otra vez los músicos en América Latina son los elegidos por la historia para dar testimonio de los profundos hiatos que presentan sus sociedades. Dejar constancia de los derramamientos de sangre, los conflictos sociales y los reclamos de aquellos que quedaron al margen de todo. Darle voz a los excluidos. Algunas veces desde la agudeza de sus letras y reflexiones, otras desde la fusión de ritmos, géneros y estilos. Los trovadores de la modernidad. Los músicos, poetas, compositores e intérpretes, son la memoria de América Latina. Férreos trabajadores de la cultura.
A Jorge Fandermole podemos considerarlo un gran obrero dentro de su comunidad, un gran trabajador por el desarrollo cultural de su región. Nacido en Pueblo Andino, provincia de Santa Fe, en 1956. Comenzó a tocar la guitarra de niño, descubriendo su gusto por la canción popular y el folklore. Fue integrante de coros y de grupos de experimentación vocal e instrumental; con repertorios que reunían tanto géneros rurales como géneros y ritmos urbanos.
Pero paralelamente a su desarrollo como compositor e intérprete, Fandermole fue construyendo un camino ligado a la educación musical, a la cultura y a la difusión y defensa de las expresiones populares. En 1899 fundó, junto a otros músicos, la Escuela de Músicos de Rosario, un proyecto educativo basado en la creación y producción artística a través de la música popular. Durante los años 90 fue Director de Área de Cultura de la Secretaría de Cultura, Educación y Turismo de la Municipalidad de Rosario. Su deseo por el crecimiento cultural de su provincia y por el acercamiento de los más jóvenes a la música tradicional argentina, lo llevó a tener siempre una activa participación social, ya sea como músico, como docente, como funcionario o como retratista social a través de sus letras.
Fandermole recuerda, en una canción que tituló "Junio", a los activistas Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, muertos a manos de policía bonaerense durante una brutal represión en Avellaneda en 2002, durante el gobierno del expresidente Eduardo Duhalde. Una vez más la realidad se coló por todas partes, la historia escribió otro capítulo negro, nuevamente la sangre de los jóvenes fue derramada. Sin embargo, la lucha de esos dos muchachos y su violento asesinato quedaron para siempre en el recuerdo de los argentinos, como también para siempre plasmados en la letra de canción que Jorge Fandermole les dedica como homenaje.
La juventud y el afán por el cambio, la música como medio para la transformación, para la denuncia. Herencia latinoamericana, una y otra vez, la juventud en marcha. Ruddy Toledo Micó, Mercedes Silvia Pupo y Beatriz Bertolí Velazquez explican el surgimiento de “la nueva canción latinoamericana”, a finales de la década del 50, como producto de la realidad social del momento y del despertar político: “Originada a partir de dos líneas musicales -la folklórica y la música popular urbana- los músicos y los poetas tenían los mismos ideales de emancipación socioeconómica y cultural producto de la coyuntura histórica latinoamericana. Sus integrantes componen y cantan a la particular realidad del momento utilizando ritmos propios de la región.”[1]
América Latina es sueño, es lucha, sangre y lodo. Son sus músicos y poetas, sus trovadores. Quienes van a contrapelo de la historia, desafiando a la academia y a la historia oficial y hegemónica. Dice Eduardo Galeano respecto a la poesía de la música popular latinoamericana y su valor estético: “El hecho de que los poemas de Chico Buarque, Quizás el mejor poeta joven del
Brasil, anden de boca en boca, tarareados por las calles, ¿disminuye su mérito y rebaja su categoría? ¿La poesía sólo vale la pena cuando se edita aunque sea en tirajes de mil ejemplares? La mejor poesía uruguaya del siglo pasado –los ‘cielitos’, de Bartolomé Hidalgo- nació para que la acompañaran las guitarras, y sigue viva en el repertorio de los trovadores populares.”[2]
América Latina ha salido desarrollar una poderosa personalidad autónoma. Su principal desafío durante el siglo XX fue conseguir elaborar una propia óptica desde donde mirar, desde donde pensar el mundo y sus propios conflictos e intereses. Parte crucial de esa larga y ardua lucha por la emancipación, son los obreros de la cultura popular. Los trovadores latinoamericanos de la modernidad, apostando al desarrollo de una cultura local, que cuente nuestra historia en primera persona.   




[1] TOLEDO MICÓ, Ruddy; SILVA PUPO, Mercedes; BÉRTOLI VELÁZQUEZ, Beatriz:  "El arte como expresión de la identidad cultural en América Latina", en el sitio Enfocarte.com, [En línea], http://www.enfocarte.com/4.24/pensamiento3.html, [27 de Octubre de 2012].
[2] GALEANO, Eduardo: “Diez errores  o mentiras frecuentes sobre literatura y cultura en América Latina”, Nueva Sociedad, Nº 56-57, Noviembre-Diciembre 1989, p. 65-78.